Tres
Él Cree en la estatua de la libertad.
Él Cree en la estatua de la libertad.
El viaje en avión y la media hora en autobús no disminuyeron su entusiasmo, aquellos auriculares en sus oídos repetían constantemente las mismas explicaciones - good morning - buenos días -, dos semanas tras su determinante decisión de dejarlo todo y marcharse a conocer nuevas culturas era un proyecto de año sabático en el que su mp3 era la única compañía. Sus padres habían dejado de dirigirle la palabra y sus días en el campus mientras terminaba sus últimos exámenes Christi se había encargado personalmente de que todos los estudiantes conociesen aquella afrenta familiar. La estúpida decisión, a su parecer, que había tomado John de dejarlo todo y marcharse a “conocer el mundo” como en vano intentaba explicar él, era para todos en aquella facultad, poco menos que una locura, además de una tontería que arruinaría como no podía ser menos la prometedora carrera de un más que brillante abogado de proyección de futuro.
- Muchas gracias – dijo orgulloso de sí mismo cuando sonrió con aquella boca repleta de resplandecientes dientes blancos a la azafata de aquella aerolínea mexicana – de nada – respondió la muchacha sorprendida de ver un gringo que se molestase siquiera en hablar su idioma. Años atrás, en su vida cauterizada de sensaciones nuevas, el cúmulo de sentimientos que le hacían estar vivo había desaparecido. John era un hombre sediento de sueños y de experiencias nuevas y ahora las tenía todas de golpe y de frente. El aeropuerto no era nada parecido a lo que en su país podía considerarse como un lugar aceptable para los turistas, aun así estaba repleto de gente de todas las latitudes. Una mochila terciada a su espalda era su único equipaje, las camisetas y los vaqueros sustituían su sobrio traje de diario, los cabellos sueltos libres de gomina y sus ganas de vivir colmando sus ojos brillantes eran la muestra inequívoca de que allí nacía un hombre nuevo. El camino a Yucatán era bastante pintoresco, nada preparaba a los norteamericanos para el mundo más allá de sus fronteras. El tío Sam jamás les contó a sus súbditos la hermosura de las plantas que crecían de forma prácticamente salvaje por todos lados en ese país que era sinceramente enorme. Los formales profesores de UCLA tampoco hablaban del encanto de aquellas gentes, solo se esforzaban en contarles a los alumnos los beneficios de vivir en la tierra de las libertades. En otros lugares como este que él visitaba, la pobreza era un demonio devorador de personas, todo era viejo, todo parecía sacado de un libro de historia natural y todo era descomunalmente grande, los vehículos que ensordecían a los no acostumbrados al estruendo, eran tan sumamente enormes que a fuerza su consumo de carburante era totalmente desmedido.

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No hay que temer a los que tienen otra opinión, sino a aquellos que tienen otra opinión pero son demasiado cobardes para manifestarla.
Napoleón I (1769-1821)
Napoleón Bonaparte. Emperador francés.