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Él es republicano
Él es republicano
Pasaban las horas en aquella clase repleta de gente perfecta con sus ropas de marca y sus cabellos totalmente engominados. Las mujeres lo suficientemente ruborizadas por Loewe y Schwarzkopf todas iguales, todas exactamente perfectas y aquella clase de derecho resultaba tan aburrida en su último año de carrera. Las cosas parecían tan simples en la Universidad que John mataría por algo de acción en una vida que a fuerza de tópicos se había convertido en una vida perfecta. Se suponía que hacía lo quería hacer, estudiar en la mejor universidad del país, obtener los mejores comentarios de profesores y tutores, sumado esto a ser extremadamente atractivo. Pronto tendría que comprometerse con Christi, era lo que se esperaba de él, comprometerse con su novia del instituto. Ahora, tras la graduación de la universidad que se encontraba a la vuelta de la esquina, tendrían que fijar la fecha del compromiso y la posterior boda, un evento social donde sus padres empeñarían todo su esfuerzo en un elegante salón de banquetes, preferentemente un jardín con rosas blancas que cubrirían un arco bajo el cual prometerían sus votos de amor y fidelidad eterna. En el mejor de los casos tendrían tres hijos, el primogénito John, la dulce Christi y el bebe que acurrucarán entre telas blancas. Una hermosa casa con jardín, con columpios en el patio trasero de aquel elegante barrio residencial. Volver del bufete cada noche y beber aquel whisky mientras entusiasmada su dócil esposa le contaba el amplio anecdotario de tediosos sucesos de ama de casa.
Así fue como repentinamente sonó la alarma de su reloj de pulsera digital, era mediodía. Tras aquellas ensoñaciones John salía del sopor que últimamente le abrumaba de manera especial. La desazón latía con fuerza dentro de su corazón, en parte aquellas ganas de huir se apaciguaban cuando corría sobre la cinta del gimnasio, era tan placentero sentir que realmente se alejaba de aquel sentimiento, que se había propuesto superar cada día su propia marca del día anterior, así quizás terminaría corriendo más que sus pensamientos y finalmente podría ser más veloz que las emociones que le perturbaban –John ¿estás bien?- escuchó finalmente cuando la mujer a la que invitó un batido cuando ambos contaban con quince años le dio un fuerte tirón del brazo –Claro Christi, ¿por qué lo preguntas?- contrariado fijó sus ojos azules sobre los ojos azules de ella. A veces le costaba reconocer lo que había amado de aquella chica perfecta, calculadora de cada uno de los pasos, especialista en analizar cada una de las situaciones que acontecían a su alrededor, seguramente llegaría a ser la más despiadada de las abogadas de Los Ángeles. -Te estoy contando lo que ha hecho esa incapaz de Susan hoy en clase de tenis y no me estás escuchando- era cierto que en algún momento determinado de la conversación, cuando habían pasado de las clases de derecho a las clases de tenis, John por pura higiene mental había desconectado la atención de las palabras sin trascendencia, de los hechos aislados, de las banalidades sobre Susan, Mary y todo aquel sequito de secuaces que la acompañaban a todas partes, recordándole lo afortunada de su existencia y las bondades de su compañía, lo maravilloso de su estilismo, la correcta elección de su perfume y en definidas cuentas, el servilismo que le propinaban. –Estoy bien cariño, solamente algo distraído- Christi no entendía aquello como una excusa -¿distraído?- Se preguntó por un momento y después lo dejó pasar, le resto importancia a aquella laguna de los pensamientos de su prometido el que se convertiría en su amante esposo fiel compañero y padre de sus numerosos hijos.
Las calificaciones sobresalientes de un alumno aventajado, la capacidad de aprendizaje, la astucia en los litigios le prometían convertirse en una promesa del derecho. La ventaja de contar con un futuro suegro socio de un bufete de prestigio no era tampoco mala señal para tener una próspera existencia en los días venideros. John se descubría así mismo divagando en algunos momentos del día, cuando caía la tarde y las tonalidades rojizas del cielo le empujaban a su visita habitual a la casa de Christi, aquella tarde una caminata fue su forma de aliviar la presión que se alojaba en el pecho y que poco a poco avanzaba hasta anclarse en las puntas de los dedos de sus manos. Aquel entumecimiento le había obligado a visitar al médico, de forma clandestina, claro está, ya que no quería preocupar a sus padres ni a su dulce Christi. Semanas atrás en pleno campo de Los Angeles Dodgers un jugador caía fulminado en una súbita muerte que ponía fin a una carrera prometedora, sus familiares comentaron en las entrevistas posteriores al incidente que llevaba algunas semanas quejándose de un adormecimiento en las puntas de los dedos de las manos, tal como le ocurría a John ahora. Aquella exploración de incógnito realizada por un amigo de la facultad de medicina no le dejó conforme, el que se convertiría en su padrino de bodas le insistió en que no se trataba de nada físico, aquellos síntomas representaban más la ansiedad o el estrés que a una dolencia cardiaca que pudiese desembocar en algún incidente como el sucedido al deportista.
John tenía una vida perfecta, un futuro prometedor, unas calificaciones más que aceptables y unas posibilidades económicas que le alejaban de cualquier posibilidad de sentirse ansioso, su vida estaba más cercana a la de un rey en un hermoso palacio ornamentado con esmero. En ese pensamiento divagaba cuando fue consciente que sus pasos lo habían llevado por un camino diferente del habitual. Se alejó considerablemente del barrio residencial donde Christi vivía y se encontró de pie frente al escaparate que no conocía, estaba seguro de que jamás había entrado en aquel lugar, en el cristal a la altura de sus ojos azules un cartel que le produjo un estremecimiento placentero. En cuanto fue consciente de que el entumecimiento de sus dedos desaparecía, la presión de pecho daba paso a una emoción incontrolable, el deseo de la

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Napoleón I (1769-1821)
Napoleón Bonaparte. Emperador francés.